jueves, 3 de abril de 2014

La otra cara

Un vagabundo duerme a las puertas de un banco en el centro de B. Aires

Una vez hablando con un amigo escocés sobre mi blog de Edimburgo, me dijo que estaba muy bien todo lo que publicaba sobre la ciudad pero que eso no era toda la realidad y que me llevaría hasta un barrio deprimido de la ciudad para que viera las necesidades que esos vecinos tenían. Me pareció una critica muy buena ya que me hizo ver que obviamente mi blog estaba enfocado sólo desde un único punto de vista. Al escribir un blog personal resulta obvio que cuento las cosas según mi visión subjetiva. En este caso, escribo sobre todo lo que veo y me llama la atención de mi viaje por Sudamérica. Pero hasta el momento, todo lo aquí escrito es bonito. ¿Es esta la realidad? Claro que no. Buenos Aires en particular y Argentina en general tienen otra cara mas allá de los edificios históricos o de sus increíbles maravillas naturales. Ya hablé sobre la inflación pero otro de los problemas de la sociedad actual es la inseguridad ciudadana o las diferencias de clases. A nadie les gusta ver a gente pidiendo limosna por la calle o rebuscando entre la basura pero lamentablemente estas escenas se dan diariamente. La foto que acompaña este post podría haber sido tomada en cualquier ciudad de cualquier país.

Pero también hay veces que se peca de justamente lo contrario, de mostrar simplemente lo malo de una sociedad o país. Y eso tampoco es. Como bien recoge la periodista Leila Guerriero en su articulo publicado en El País el pasado 2 de abril: “Hay caos y espanto en todas partes, pero también en todas partes la gente sale, come, trabaja: vive”.

Para conocer de verdad un país no hay que quedarse con una u otra cara sino con el conjunto.

Reproduzco aquí el articulo completo titulado: Estigma país. 

En el año 2002, en la patagonia argentina, alguien me dijo “Ustedes, en el norte, no pueden salir a la calle porque los matan”. “El norte” era Buenos Aires y esa persona hablaba de esta ciudad, en la que me muevo sin precaución exagerada, como de un sitio en el que convendría usar chaleco antibalas. Es curioso cómo vemos las cosas desde lejos. Leyendo en este diario un artículo sobre El Salvador y sus maras —barrio 18, la mara Salvatrucha— me pregunté qué cosas sé de El Salvador que no sean los nombres de sus pandillas. Muy pocas. ¿Serían capaces de citar el nombre de siete escritores salvadoreños; saben si en la capital hay edificios altos, o un centro histórico? ¿Hay cines en Managua? ¿Qué hace la gente el domingo en Guatemala? ¿Nadie queda con un amigo para tomar un café en Caracas, esa ciudad donde sólo parece haber manifestaciones? El trazo grueso se pone algo menos burdo si salimos de Centroamérica —por decir algo, Medellín ha rimado con violencia pero hoy se la relaciona, también, con el diseño—, pero no amaina en el Caribe: ¿qué sabemos de Haití que no sea la pobreza; qué de República Dominicana? De lejos no se ven los salones de la colonia Guerrero, en ciudad de México, donde los viejos bailan danzón con ropas que los hacen parecer pimpollos ajados: solo se ve el problema narco. De lejos no se ve la efervescencia estudiantil del barrio de La Candelaria, en Bogotá: solo se ve el conflicto armado. Hay caos y espanto en todas partes, pero también en todas partes la gente sale, come, trabaja: vive. Los países son mucho más que sus mejores lacras. Durante 2013 se habló mucho, en España, de la marca país que es, supongo, un trazo grueso, un ramillete brioso de lugares comunes. Pero a veces es un trazo grueso que se puede elegir, y otras es una soga que aprieta, un lazo que ahorca, la marca electrificada de un estigma.

Articulo de Leila Guerriero publicado en El País. 

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